Fue un buen intento porque muchas personas se han ido dando cuenta de que muchísimos mensajes, productos, terapias y movimientos pretendían ofrecer el Nirvana y al final, seguir en el mismo infierno. Es por esto que el término «vendehumos» en los últimos tiempos parece que ha expresado ese enfado popular, comprensible y lógico ante los «crecepelo» de toda la vida y que tan graciosamente expresaron Paul Mc Cartney y Michael Jackson en su video de «Say, say, say».
Pero es un término que ya no sirve. Me explico: se parece a un test que uso en el laboratorio de orgullo auténtico/narcisista en donde el individuo narciso desde luego no va a reconocerse como tal. Si lo reconociera… no sería narciso 😉.
Te pongo ejemplos recién sacados del horno.
Esta semana me llegaba por parte de una persona que aprecio un video en donde una persona vinculaba el coito (o más bien las ganas del mismo), con la evolución humana y el marketing. ¡Ahí es nada! El individuo comentaba que había leído un libro (que no es otro que «el gen egoísta» de Richard Dawkins de 1976 por cierto). Las patadas al diccionario de la evolución y el entendimiento del cerebro o su aplicación a la venta eran bestiales. Se basaba en su propia interpretación de que «el cerebro no ha cambiado en los últimos 100.000 años» (frase que para un novato suele ser guau, pero que es trampa trampa) o que el objetivo de los genes es procrear y de ahí las estrategias para conseguir el acto sexual y de ahí al marketing. Qué pena que esta persona no hubiera leído la respuesta del director donde investigo, Juan Luis Arsuaga, al actor porno Nacho Vidal hace un año. La evolución es mucho más que buscar coitos y tratar de influenciar / vender. El caso es que esto parecería vendehumos y sin embargo sé muy bien que el chico no lo es. Si le preguntáramos él de todos modos diría que no.
Otro amigo me comenta un tanto preocupado que ha visto a un experto comentar que la detección de mentiras ya se puede realizar mediante el «efecto Pinocho» y que le explique si es posible eso o no. Se basaba en una investigación de la Univ. de Granada en donde la temperatura de la nariz y la frente cambian según mientes o no. Evidentemente el post del «experto», (al que conozco personalmente y hace ya 7 años le manifesté mi desazón en una conferencia por sus falacias sobre el comportamiento no verbal), tiene miles de likes. Sería un claro ejemplo de vendehumos, pero él, como está citando un estudio de la Univ. de Granada no se considera tal, al igual que el narcisista contesta el test como si fuera humilde.
El estudio versaba sobre la carga cognitiva (la tensión mental para que me entiendas) la cual era mayor en mentirosos en principio. Resulta que no, que los buenos mentirosos están muy tranquilos, y que hay muchos honestos o gente normal que están nerviosos todo el día. No me quiero poner técnico pero evaluar una mentira por medidas periféricas del pulso es de risa (son muy lentas e inespecíficas y se usan de forma acumulada, no así).
El tercero caso me lo enseña un compañero donde alguien defiende criticar una disciplina no científica llamada morfopsicología (no lo es ni podrá ser nunca científica evidentemente) para hacer una evaluación del liderazgo de un nuevo Rey de un determinado país europeo en estos días a partir de lo que ha hecho ayer en una recepción oficial y ponerse en el lado de la ciencia al analizar. La realidad es que no se puede ni deben hacer evaluaciones tan ligeras a partir de datos tan espúreos ni de comparecencias tan «oficiales». Esto parecería vendehumos pero la persona no lo va a considerar como tal.
Podría seguir así hasta el infinito. Hace 30 minutos veo que otra persona que no se considera tal, manifiesta que «si miras dentro» (precisión del término ¿eh?) no te encontrarás un mal jefe por segunda, por tercera, por cuarta vez. Esto no tiene ni pies ni cabeza, se le llamaría vendehumos, pero el término no sirve porque al igual que el narcisismo, nadie se va a reconocer ahí. Evidentemente los que tienen malos jefes deben ser que no han mirado dentro: pedazo de profundidad mental tenemos.
De aquí se pueden extraer muchas conclusiones y estrategias pero vamos a elegir una esta vez.
Las personas se colocan del lado bueno de la historia, ya lo dijeron Clinton, Bush y Obama. Todos los hacemos, así que si miramos qué lado defendemos no nos dice mucho.
El peligro de creer lo que está lejos de la evidencia es muy alto. Uno podría intentar expandir sus genes a lo tonto, vender productos a lo Richard Dawkins, detectar mentiras que no eran y dar clases de liderazgo sin noción alguna de que todos esos «argumentos» son ridículos. O llenarse de culpa y frustración por su mal jefe por no mirar bien dentro, o por mirar dentro y no ver jeje.
Igual esperas que te diga que la solución es la ciencia 😜.
Pues no exactamente.
Lo más cerca de la solución es el rigor, que es una de las herramientas que usa la ciencia. Pero también la usan por ejemplo las buenas corrientes de meditación (abstenernos de meternos en ese barco por defecto) y en general todos los sabios que en el mundo han sido. Hipócrates o Galeno eran muy rigurosos, no eran precisamente representantes de lo pseudo sino del rigor (otro día te cuento cómo Galeno demostraba que la conciencia no estaba en el corazón).
La segunda fase de la solución es la apertura (real) al aprendizaje. Aquí también uno se adhiere fácilmente pero no es tan sencillo. En general, rehuimos el aprendizaje real por la sencilla razón de que tendríamos que dejar de decir lo que nos da la gana, de opinar «libremente» o defender criterios con pies de barro. Aprender además implica reconocer que no se sabe, respetar a quien sabe y un sinfín de detalles más. Y aprender implica también desaprender o tirar a la basura ese conocimiento de humo… pero los apegos lo impiden. Suele interesar más aprender poco paradójicamente.
No obstante la falta de rigor y la falsa apertura se pagan.
Uno acaba haciendo 10 años dietas para pesar lo mismo, doscientos cursos de desarrollo personal para seguir con las emociones por las nubes, y 300 libros de conocimiento mezclado para no estar ni de lejos cerquita de una perfecta brillante quietud, o de ni siquiera saber cómo distinguir si eso de lo que uno habla es en realidad una puerta ya cerrada. Al otro lado de la puerta sin embargo hay una claridad y sensación inimaginable.
Por todo esto y mucho más ya no uso el término vendehumos. Miro qué sistema de rigor aplica o no y qué apertura real tiene al aprendizaje.
El resto es muy aburrido.
Por cierto lo de las creencias, mentalidades y voluntades tiene poco rigor.
Los hábitos bastante más.
De esto hablo aquí durante 20 minutos.