Hace 5 años estuve en una conferencia de Britt Moser, la neurocientífica premio Nobel de 2014 por el descubrimiento de unas células que componen el sistema de posicionamiento en el cerebro humano, una especie de GPS en el hipocampo para que me entiendas.

Su conferencia fue, como podrás imaginar, más que interesante. Como buena científica recorrió sus inicios, ensayos y diversos experimentos en sus líneas de trabajo. Pero además de eso, me impactó bastante un aspecto concreto y es que en ningún momento habló de ella o su marido (también galardonado con el premio) sino que habló de su gente de una forma especial.

Cada vez que nombraba un experimento citaba a la persona que lo dirigía, persona que suele salir en primera posición en una publicación (el director sale siempre al final y cada posición tiene una baremación que sirve para ir obteniendo méritos para la carrera docente o investigadora). No solo eso. Brytt Moser ponía una foto de ese investigador o investigadora y le dedicaba dos, tres o cuatro frases definiéndoles como personas y valorando su inteligencia, capacidad, disciplina o creatividad. Incluso narraba en qué universidad o laboratorio estaban ahora, ¡cómo los echaba de menos o qué colaboraciones tenía con algunos o le gustaría tener en el futuro próximo!

Durante los 90 minutos  de exposición los asistentes tuvimos la sensación de haber conocido a un grupo de personas, que ella y su marido dirigían, de excepcional calidad humana y científica y en donde todos brillaban y se les ayudaba a crecer de verdad. No eran «becarios» ni «trabajadores a sueldo» ni «científicos destinados a producir» para ella.

Britt Moser en ningún momento dijo lo típico de «desde mi juventud me dediqué a esto y gracias a mi esfuerzo aquí estoy, soy Premio Nobel y mi vocación es ayudar a la humanidad y tal y tal». Menos mal que no calló en esa visión tan estrecha.

Esto viene al caso porque en ámbitos académicos, laborales, deportivos, culturales, o docentes no es habitual el ejemplo de Brytt Moser. Se suele olvidar al equipo… y una forma de olvidarlo es decir «¡tengo un gran equipo!» jejeje, para después no nombrarles, no mostrar «sus rostros», no exponer qué hacen, no darles autonomía y liderazgo, no ayudarles a crece no tener planes de futuro para ellos. Es decir, gente, los otros…

Otra forma habitual del líder es decir que sirve a los demás o a la sociedad o a los clientes o a los alumnos o a los jugadores con frases como «me encanta ayudar a…». Eso puede ser o no ser cierto, pero es contradictorio amar a los clientes o al público y no al equipo, que le tenemos bastante más cerca.

No sé cuál es tu experiencia al respecto. Lo más habitual es que haya pocas Britt Moser por ahí. El caso es que a veces nuestros sueños aspiran tan lejos que nos olvidamos de eso que tenemos al lado y los cercanos nos sirven como un mero útil, un puente, un Kleenex, un rol, renovable a nuestro antojo, pero sin entidad ni autonomía propia.

Para muestra un botón: Hace 4 años me pidieron intentar mover las certezas y la arrogancia (así me lo nombraron) de un super mega directivo de una empresa española. Querían que enseñara temas de personalidad a su equipo (que era internacional y no parecía tenerse en cuenta numerosas diferencias en cuanto a cómo se procesan entornos y emociones y conocían mi experiencia en FIFA trabajando con gente de 152 países). Además querían que el jefe de ese equipo pudiera mirarse un poco en el espejo. Él se había negado a la formación pero sí accedió a un rato (así lo denominó) conmigo. El super mega directivo macro exitoso fue muy directo y sincero. Sentía que él era el que más sabía, el que más se había esforzado, el que más talento tenía, el más experimentado, el que más riesgo corría en la empresa y el que más «visión» tenía. Desde ahí justificó que no hacía falta nada a su equipo y que no me lo tomara personal pero es que no creía que necesitaran formación. Podía haber intentando convencerle de que ese discurso tiene verdaderas grietas y cegueras. Dicho de otro modo: el cerebro es hipersocial y él no tenía noción práctica de ello.

Pero decidí comentarle tan solo una sola frase, de hecho no me dejó hueco apenas en los 20 minutos:

«Veo que tienes todo y has conseguido todo.
Pero con respeto y desde fuera te digo que igual solo te falta una cosa:
que tu gente te quiera».

No se lo esperaba en absoluto y pareció salirse por la tangente y derivar los minutos finales. A los pocos días recibí un mail suyo diciendo «Gracias Jose. Pensaré lo que me dices». No supe más desde entonces.

A veces ni si quiera somos capaces de que nuestra gente nos quiera. Pero ahí andamos, metidos en nuestros quehaceres, éxitos, ambiciones, sueños, metas, deseos, agendas ocupadas, desarrollos personales y proyectos varios. Vaya kk.

Viva Britt Moser amig@s.